En un inicio eran Agüi y Tomás, dos profesores por vocación, dos amigos que, por casualidades fortuitas de la vida, se conocieron dando clases en el mismo centro educativo de El Prat de Llobregat. Agüi, de origen pratense, era una mujer de singular convicción; valiente, versátil, de elocuencia verbosa y un cierto aire vigilante. Una mujer de recursos, polivalente, entusiasta y con un rostro penetrante y evaluador. Indudablemente su voz estaba bien modulada: siempre ponderada y articulada con precisión, aunque en el aula podía llegar a sonar grave como una sentencia. Pese a ello, Agüi no tenía necesidad de elevar el tono, solo dejaba deslizar las palabras como por una rampa, basculando entre la finura y la firmeza. Sus propuestas de clase, siempre atractivas y creativas resultaban interesantes a la par que desconcertantes. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Esto hay que hacer? ¿En serio profe? Nunca dejaba indiferente a nadie.
Por otro lado Tomás, su actual socio (compañero de departamento por aquel entonces), de origen blandense, era un ser peculiar y curioso. Afanado lector y tejedor de fantasías, deambulaba por el centro con aire soñador y autosuficiente. Adoraba su profesión y era muy dado a la ironía y al sarcasmo, siempre como forma vanidosa de hacer gala de su inteligencia. De tendencia impulsiva, entusiasta y parcialmente temeraria, conectaba bien con los alumnos. Se los metía en el bolsillo con maestría y los arrancaba de su quehacer ordinario para meterlos en su particular ejercicio de reflexión y sentido de la realidad. Ambos unidos por su vocación, creatividad y particular sentido de la docencia, conectaron desde el primer instante, con el aliciente de saber que habían compartido una de las carreras más desconocidas de Europa: “Teoría de la Literatura y Literatura Comparada”.
Pasaron aquel curso compartiendo grandes momentos, comprometidos con su trabajo y disfrutando de las clases. Allí intercambiaron numerosas propuestas de clases y charlas diversas sobre todo tipo de temas en desayunos y comidas. La amistad fue tejiéndose con naturalidad ―como sucede en las almas afines― hasta afianzarse por completo. Cuando la estada en el centro terminó, la pesadumbre se adueñó de ambos. Fue como arrancarlos de su hábitat natural. Cada uno siguió su camino y Tomás regresó a Blanes, su pueblo de origen. Inevitablemente, con la distancia, los encuentros y las charlas se espaciaron. Pese a ello, como raramente sucede, el lazo de amistad que se había creado, perduró.
Tras un paréntesis de desconexión de meses, volvieron a quedar en una cafetería de El Prat de Llobregat. A la caída de la tarde, tomando una magdalena y un café, hablaron del sistema educativo, ese donde se habían conocido, con cierta desazón. Ninguno de los dos trabajaba por aquel entonces. Era el año 2013 y la palabra crisis retumbaba firmemente en los oídos. Empezaron por ponerse al día. A pesar de la distancia que les había separado, la conversación se desenvolvió como si el tiempo no hubiera transcurrido, tal y como sucede en las amistades verdaderas. Por un momento, Tomás, hastiado de hablar de la crisis y la añoranza de las clases, con confusos argumentos, divagó largamente sobre una idea de negocio que tenía en mente.
Su idea, delirante, se coló rápidamente por el retrete de la intrascendencia. Aquello era, simplemente, inviable. Agüi, más terrenal y cerebral, comentó otra idea que tenía en mente. Divagó con la animada escrupulosidad de una mujer que sabe lo que se dice. Tomás la miró con expresión de vacuidad, con la boca plegada en un gesto de asombro. Sintió por un momento que la mente se le iluminaba. Aquella idea tuvo para él la resonancia de una sinfonía. Tras años deambulando por veredas ensortijadas, contempló ante sí un extraordinario cruce de caminos. Un tren se había parado ante él y aquella buena amiga, inconscientemente, se había asomado desde dentro para tenderle la mano. Podía seguir en tierra firme, caminando por el mismo sendero que le había marcado la vida, a merced de la inercia, del sistema educativo y de tantos otros sistemas, o podía agarrar esa mano y subirse a ese tren, dejar a un lado todo lo previsiblemente conocido para empezar algo completamente nuevo y extraordinario. Algo que podía cambiar su vida, sus vidas, y las de muchos otros para siempre.
De golpe, Tomás miró a Agüi y asintió tan aprobadoramente que pareció que los ojos iban a salírsele de las órbitas. Su convicción voluptuosa rayó por momentos en la locura. Cuanto más lo pensaba, más lo anegaba la emoción. La idea de su amiga le pareció tan arrolladoramente fabulosa que a duras penas podía contenerse. Agüi, impertérrita al contemplar el rostro extasiado de su amigo y su inopinada reacción, tragó saliva varias veces antes de pronunciarse. Como si ambos tuvieran que saltar de un peñasco a mar abierto, se miraron con los ojos chispeando lasciva y salvajemente en una mezcla de temor y entusiasmo. Tras un espacio de silencio, la idea tomó definitivamente forma de propuesta, madurando en el interior de los dos, acelerando sus pulsos como fruto de una conexión salvaje y repentina. ¿Acaso iba a adquirir estatus de realidad? ¿De verdad?
¿Por qué no? Se decían el uno al otro. Su autodominio se truncó por completo. Agüi perdió su compostura, su fina elegancia y Tomás no cesó de dar rienda suelta a su impulsividad. Los dos flotaron ingrávidos durante algunos instantes, tomando conciencia de la magnitud de la decisión que estaban dispuestos a tomar. ¿Iban realmente a hacer algo que se saliera por completo de los parámetros por los que había transcurrido su existencia? ¿Acaso había algún referente familiar que pudiera funcionar como elemento ejemplificador? No, ninguno, ni siquiera un pariente cercano o un amigo se había embarcado en nada parecido. Y eso, para dos personas entusiastas del desafío, era un elemento transgresor de un atractivo inaudito. Como el alba que raya de colores el horizonte, las iniciativas de ambos empezaron a brotar de sus bocas con total efervescencia. Ya no había marcha atrás.
Tomás se levantó de golpe y, aún no sabe por qué, se empecinó en pagar las magdalenas a toda costa, como si le fuera la vida en ello. Y Agüi ya tenía un local en mente, lo visualizaba y veía las mesas y las sillas ya colocadas. ¡Incluso el color de las paredes! Y Tomás quería ver ese local, ¡no!, ¡quería alquilarlo ya!, ¡en domingo! ¡Quería quedarse a vivir en él! De pronto las nucas sudorosas de ambos salieron de la cafetería y volvieron a entrar. Habían olvidado pagar la cuenta. Luego volvieron a salir y Agüi volvió a entrar porque tenía que ir al servicio. Finalmente, salieron de aquella cafetería y, pese a que era domingo y el local estaba cerrado, casi echan a correr hacía allí para ver cómo era por dentro ―aunque Agüi, en realidad, ya lo conocía muy bien―, dispuestos a arrancar el cartel de la persiana que decía “se alquila”.
En apenas 24 horas, tras una apasionada negociación con el propietario, alquilaron el local. Era el preliminar de su nueva andadura. Y un mes después, concretamente el 1 de marzo de 2013, “L’Acadèmia” abrió sus puertas por primera vez. Fue uno de esos momentos singularmente mágicos de la vida que una persona jamás olvida. Henchidos de entusiasmo, Agüi y Tomás, empezaron su andadura con 6 alumnos para aportar su experiencia, su particular visión de la docencia, llegando allí donde el sistema no les había dejado.
En apenas un año, la plantilla de trabajadores aumentó y el número de alumnos no paró de crecer mes a mes. Aquel ritmo de crecimiento les llevó a desplazarse a un local más grande que pudiera dar cabida a sus nuevas expectativas docentes. Nuevos proyectos brotaron y de allí nació la academia de inglés y el servicio de psicología y psicopedagogía, dos apoyos fundamentales para su proyecto de academia de refuerzo. Año tras año, L’Acadèmia fue creciendo, evolucionando hasta convertirse en lo que es a día de hoy: un proyecto del que ahora forman parte un extraordinario equipo, un equipazo humana y profesionalmente del que Tomás y Agüi están francamente orgullosos.
En palabras de los dos:
“Desde aquí, no queremos dejarnos a toda esa gente que creyó en nosotros, que confió en que todo esto fuera posible: a nuestras familias, a nuestras parejas, a nuestros alumnos (los antiguos, los nuevos, los que están y los que ya nos están en nuestras aulas) a todas esas familias que son para nosotros más que clientes, ... Todos ellos, forman parte inseparable de este "quienes somos”. Muchas gracias a todos por hacerlo posible”.